Comencé por entonces a creer que la edad no va asociada a la sabiduría y sigo pensando así, sobre todo porque llevo tiempo conviviendo conmigo mismo y lo puedo comprobar cada día.
Últimamente mi
teoría se ha visto reforzada con los comentarios de varios personajes populares,
ya talluditos, acerca del COVID, las mascarillas y el 5G. Miguel Bosé Papito debe andar por los sesenta y tantos, Enrique Bumbury está entre dos tierras y los cincuenta y algo y Ouka Lele, que propone curar el COVID con amor y abrazos, como Jesucristo curaba a los leprosos, rondará los sesenta años y el ingreso en una institución psiquiatrica.
Hay a quien le ha chocado que estos comentarios vengan de gente con cierta fama, pero es porque olvidan que la fama no hace a nadie más sabio. Sólo más famoso, a veces más lerdo y normalmente con gafas de sol y sombreros más grandes de lo necesario.
Pero, pese a ser consciente de que ni fama ni edad ayudan a la salud mental, me descorazona ver que humanos ya crecidos clamen contra sesudos planes como el de esos chips que nos van a implantar mediante las vacunas para controlarnos. O que defiendan que las mascarillas causan falta de riego en el cerebro. Creo que la falta de riego en sus cerebros era previa al uso de la mascarilla. Pero a mí también me parece mal lo de controlarnos por 5G, pero en mi caso porque será un control discriminatorio. Estoy seguro que esa tecnología tardará años en llegar a mi pueblo, como tardó la fibra óptica, y nos pasaremos algún lustro descontrolados del todo.
Como se ve a los antivacunas y negacionistas no les falta creatividad en sus teorías, pero sí en sus cánticos. Contrasta que sean capaces de crear algo tan inventivo como la “plandemia 5G-vacunas” pero sus lemas sean “Illa, Illa, fuera la mascarilla”, “El amor es la mejor mascarilla” o ““Fuera bozales, no somos animales”. Todo da un poco de vergüencita ajena, lo que sucede casi siempre que varios humanos se reúnen para gritar algo. Vergüenza ajena o Fremdscham, palabro que crearon los alemanes por pura necesidad cuando se extendió en su país el uso del peinado "mullet".
Normalmente aquellos que más temen que les inserten un chip (un “chis” en la provincia de Murcia) son quienes más necesitan que les inserten algo. Pero no creo que un simple chip sirva. Algunos, como el rector de la Universidad Católica de Murcia, precisarían la inserción un buen procesador de abundantísimos núcleos. A ese hombre yo no le pondría nada por debajo de un Intel Core I9, aunque si hubiera algún procesador cuántico en el mercado mejor que mejor.
Miguel Bosé también necesitaría un buen “chis”, o tal vez un amigo que le diga algo. Aún así, no comprendo el enfado y la sorpresa ante lo de Bosé, porque el hombre nos venía diciendo cosas muy raras desde hace años. Por ejemplo cuando cantó “Como una intrépida libélula /ante el espejo toda incrédula/ pone un reparo a su extrafécula: /¿yo me la como o no?”.
Visto su estado actual está claro que se comió algo más que la libélula, aunque no sabemos qué. Hay que decir que el propio Miguel ya vio venir lo suyo cuando cantaba: “Miénteme y di que no estoy loco/ Miénteme y di que solo un poco /Quien teme, quien teme di, si yo me pierdo”.
Yo no temo mucho que se pierda Miguel, pero tal vez sus millones de seguidores sí, y también los fabricantes de sombras para los ojos, se llame como se llame el producto que pinta sombras en los ojos. En fin, no pongamos el grito en el cielo, que es ponerlo muy alto. No deberíamos estar tan sorprendidos cuando Miguel se pasó años cantando “Te diré/ Que miento cada vez que quiero hablar/ Que no hay nada en el mundo que me dé/ Más vértigo que tú/ Más miedo que pensar”.
Ahora, tras lo que le ha pasado por sus últimos "pensamientos" sobre el chis, Guaidó y el 5G, se comprenden mejor sus
palabras. Como diría un conspiparanoico,“todo encaja”, y si se examinan las letras de las canciones de Miguel se
encuentra una predicción de su propio futuro, algo así como si él fuera un
Nostradamus de sí mismo, pero en zapatillas de estar por casa. (Bueno, esto no es
así, pero al escribir artículos sobre conspiraciones terminas por crear las tuyas).
Aún así, sabiendo como sé que ni fama ni edad hacen mejor al ser humano, me pregunto: ¿por qué gente con el bachillerato terminado cree en teorías locas como las del chip 5G en las vacunas? ¿Por qué ven tras el virus la mano negra de la CIA, Soros, Bill Gates, Pedro Sánchez, combo tremendo del mal? ¿Por qué la mano negra es negra? ¿Por qué hay antimascarillas que se llaman a sí mismos “la resistencia”? Hace setenta años la resistencia la formaban grupos de antifascistas franceses que se jugaban la vida frente a los nazis. Ahora esta nueva autoproclamada resistencia es una mezcla extraña que une a antivacunas, bebedores de lejía, Oukas Leles y Bumburys de la vida, ultraizquierda y ultraderecha. Y en su batalla se arriesgan, como mucho, a una multa de un municipal o a que les cierren el Twitter, grandes dramas de la vida moderna.
Pues bien, me pregunto el porqué de
estas teorías y hasta me respondo, porque me suelo hacer mucho caso. La humanidad ha inventado el retrete
japonés con chorros de agua caliente, ha creado el polo Drácula y la estación espacial, el robot Roomba, el
pelador de patatas y las autovías. Ha creado un mundo casi siempre ordenado, en
el que los trenes son más o menos
puntuales, suele haber cobertura y te puedes cocinar cualquier cosa en cinco minutos de microondas.
Y en un mundo así nos cuesta creer que algo tan aleatorio como el encuentro desafortunado de un pangolín, un murciélago y un chino pueda causar tanto mal. Todos queremos vivir en un mundo estable, sin grandes sorpresas, sin caos, en el que el azar no tenga mucho peso. Y por ello hay quien ha elegido creer que tras lo que ahora vivimos no está la mala suerte, lo aleatorio, sino fuerzas oscuras de una gran eficacia. Queremos razones que expliquen la pandemia y si no las encontramos las inventamos, como siempre hemos inventado dioses, leyendas y culpables.
Y lo mismo le pasaba al anciano viñacentrista de mi barrio. Quería un mundo tranquilo, en el que sus cepas estuvieran siempre en el mismo sitio, un mundo que él pudiera comprender, que no le asustara. Y decidió ignorar. Porque la ignorancia no es sino una coraza ante el miedo. El problema es que este virus es inmune a esa coraza.