martes, febrero 12, 2008

Cómo sentir vergüenza ajena




La otra noche fui a un espectáculo llamado “anti-karaoke”. Como casi todo lo que lleva “anti”, se parece mucho a lo que quiere negar. Era más bien un karaoke rock con presentadora guiri espídica. Mucho rock y bastante heavy. El heavy se distinguía porque cuando comenzaba el tema se veían muchos puños levantados poniendo cuernos. Incombustibles heavies.
Llegué al anti-karaoke dispuesto a sentir eso que tanto se puede sentir siempre en España cuando alguien agarra un micrófono: vergüenza ajena.

Pero no fue así. Pese a ver cantar a personajes con apodos como “el prepucio de Rembrandt” o “Ubejo Rock”, la gente lo hacía bastante bien. El que peor cantaba y por lo tanto el mejor en un anti-karaoke, Ubejo Rock, que en su turno fue capaz de mezclar la energía de Henry Rolling con los movimientos de Chiquito, a la vez que condensaba toda la letra, y cuando digo toda es toda, del Satisfaction de los Rolling en una palabra: “Satisfasion”.

Entre canción y canción salía la organizadora- animadora, un claro ejemplo de que lo primero que aprenden algunos guiris al llegar a España son los tacos pero no la forma de dosificarlos y colocarlos en una frase con un mínimo sentido.

Cuando salí del anti-karaoke bajé hacia mi piso por la calle Montera. Una prostituta rumana oía música en su móvil. Dos prostitutas africanas discutían. Unos tipos hablaban de cine. Uno le reconocía al otro que sí, que Bergman da que hablar, puedes hablar cuatro horas de una peli de Bergman pero no da que disfrutar. Y le pedía al otro que recordara la primera vez que vio Indiana Jones. Me dieron ganas de seguirlos para ver cómo terminaba aquello.

Ese día me quedé sin sentir vergüenza ajena. Días después vi en un bar como un tipo se encasquetaba un preservativo en la cabeza, el preservativo se iba inflando con su respiración y le explotaba en la cara. Sentí estupor, pero no vergüenza ajena.

Ayer lunes, en la plaza de Sol, vi a un chavalillo de las nuevas generaciones del PP en un pequeño estrado preparado para dar mini-mítines. Leía su discurso para un público de unas veinte personas. El chaval decía lo típico, los otros son muy malos y nosotros muy buenos con esas frases tan gastadas que cuando oyes el sustantivo ya sabes que adjetivo seguirá. Me quedé unos minutos y hasta le hice una foto. Pero tampoco sentí vergüenza ajena. Casi ternura cuando terminó y le aplaudieron y la que parecía su madre le dio dos besos y un señor se acercó y le dio un abrazo y le dijo “vamos a ganar” y el chico se ruborizó. Me recordó a una secuencia de “los peores años de nuestra vida”, cuando Gabino Diego se iba a tocar al metro y su madre y sus amigas se presentaban allí para aplaudirlo y echarle monedas.

Yo seguía queriendo sentir vergüenza ajena y recordé que unas amigas habían comentado que la habían sentido al ver una entrevista a una tal Hanna. Y busqué en youtube. Y sí, aquí está, vergüenza ajena de primera calidad. Esa sensación molesta pero adictiva, ese no querer mirar, estar a punto de cambiar pero seguir ahí, fascinado. La entrevista tiene un poco de todo. Primero un breve montaje con preguntas en off y respuestas de Hanna. Tiene un punto chanante.

-Defínete con una sola palabra.
-Pura Hanna.

Tiene también su punto surrealista. Hanna comienza a decir lo que le gusta: (minuto 2:20). “La bondad, el colegueo, el altruismo... No sé lo que es, es que me ha salido así”

Después tiene momento “experimento sociológico”. (minuto 6:40) La presentadora, que tiene un guionista que más bien parece un enemigo, le pide a Hanna que traduzca a su lenguaje de barrio una frase. El lenguaje de su barrio consiste en hablar macarra calzando alguna palabra en inglés.

Entonces llega el momento tenso en el que parece que Hanna pura se mosquea pero por desgracia la presentadora consigue salvar la situación y la cosa no va a más. Y continúan un poco hasta el momento final donde puedes sentir la vergüenza ajena en toda su esencia. Pura vergüenza ajena. Pura Hanna.