jueves, julio 02, 2015

To Malasia


Viajamos a Malasia. Ya están los billetes, las primeras noches de hotel. No sé nada de Malasia. Descubrí que era la tierra del Sandokan,  el tigre de Malasia, al que veíamos de niños en la Segunda cadena. O igual no lo veíamos y lo imaginábamos, porque la Segunda tardó mucho en llegar al pueblo, y llegó ya vieja, llamándose UHF. Después a la UHF le pusieron la Segunda, después la Dos, después es donde vive Jordi Hurtado.

Yo sólo podía ver la Segunda en los veranos de Valencia. Y cuando regresábamos a septiembre y al pueblo seguía imaginándome series enteras que había dejado a medio en la playa. Por ejemplo, me imaginé casi toda Pipi Calzaslargas y gran parte de la Pantera Rosa. Había un mundo mejor en el que estaban ellas y mis primos de Valencia no eran conscientes de lo que tenían.

En la casa del pueblo teníamos una tele Philips en color con la que no poder ver la Dos. Nos la había traído un emigrante del pueblo que trabajaba en Holanda y según mi padre era una de las pocas teles en color del pueblo. Había otra en el bar Central y otra en el bar de las escaleras. Y la nuestra. Las tres llegadas de Holanda, país mítico donde nacían las teles y las bombillas y los holandeses, aunque igual ellos también venían de París, que era de donde veníamos por entonces todos los de Albacete. Y por eso estudiábamos en el colegio francés en lugar de inglés, la voiture de notre papa ne marche pas.
Supongo que le repetiría a mis amigos con tele en blanco y negro que la mía era en color, y que sólo había dos más en el pueblo. También supongo que nos duró  poco esa supremacía y que puede que me doliera.

La tele, aunque eran los finales de los  setenta, tenía ya mando a distancia, gordo como un ladrillo, y eso último no es una hipérbole. Pero mi padre no podía cambiar porque sólo se veía un canal. Después llegó la Segunda y compró pilas y pudo cambiar y era increíble el frenético zapping que llegaba a desarrollar con sólo dos canales. La palabra zapping no existía, como no existían muchas palabras, como no existían tantas cosas. Me gusta una canción de Antonia Font que habla de palabras. Perdón por la digresión.

Luego, un día, se rompió el mando y mi padre lo vendó con esparadrapo pero no curaba y nadie lo lamentó, salvo él. Le preguntó al hombre de Holanda si podía traer un mando nuevo pero nunca lo trajo y nosotros respiramos aliviados durante unos años, que es como respira la gente en las frases hechas.

Y ahora vamos a Malasia, la tierra del tigre de Sandokan. De niños cantábamos: “Sandokán, Sandokán, tiene el culo como un volcán”. De niño te hacen gracia estas rimas, poeta, súbete la bragueta. Ahora recuerdo a Sandokán, tan aguerrido y fiero, tan malasio él, con su rimel, y  de pronto me vuelve a hacer gracia la posibilidad de que tuviera el culo como un volcán, porque eso podría explicar muchas cosas o ninguna.


En el aeropuerto de Barajas, T4, esperando el tren  interno que nos llevará a la zona R. Por megafonía alguien que no confía mucho o nada en la inteligencia de los que esperan avisa:

-Por favor, no entren todos en el mismo vagón. Distribúyanse en los tres. Y nos distribuimos.