lunes, febrero 02, 2009

De espias 2

Mi clienta pareció sorprendida al verme allí. ¿Quería que aquel imbécil me despistara? ¿Pensaba reunirse con él a mis espaldas? ¿Iba en serio el cartel de “prohibido fumar”? Me acerqué a su mesa para poder escuchar lo que se decían pero mi clienta me hizo unos gestos poco disimulados para que me alejara. No sé cómo querría luego que le hiciera un buen informe de lo que estaba hablando con ese hombre si no podía escucharlos.

Me fui a la barra y me pedí un coñá. Luego otro para simular que era el típico borrachillo del bar. Unos metros más allá se sentaba un tipo de unos cincuenta, pelo canoso, jersey lacoste verde pistacho y zapatos náuticos que tanto gustan a los pijos de secano. Observaba con cierto disimulo a mi clienta y a su acompañante pero estaba claro, los observaba. ¿Estaría siguiendo a alguno de los dos? ¿Debería alertar a mi clienta si algo así pasaba o mejor me dedicaba a lo mío? Decidí esperar a que salieran para ver qué hacía él. Para disimular pensé que lo mejor era entablar conversación con el camarero. Abrí el periódico y decidí hablar del tema: “la crisis”.

-Jóder, mucha crisis mucha crisis pero aquí dice que las mujeres venga a comprar pintalabios como locas. Es que hay que ver como son las jodias, ¿no?
El camarero no entró al trapo. Decidí atacar por el lado del fútbol.
-El Madrid este año nada de nada… Menuda panda de nenazas.
Tampoco. Me quedaba recurrir al tema eterno. El sexo Cogí el As y miré la contraportada.
-Jóder, qué rubiaca han puesto los del As hoy, ¿eh? Menuda delantera. Ya la querría el Madrid para sí… ¿eh?

El camarero me miró cabreado y retiró mi tercera copa de coñá pese a que aún me quedaba el último trago, el mejor. Entonces, al acercarse, me fijé bien. Un leve rastro de carmín se veía en sus labios y algo cercano a unas tetas se intuía bajo la camisa blanca de camarero. No, no era camarero, era una camarera, poco femenina pero camarera. Decidí no seguir entablando conversación con nadie por el momento.

Al poco mi clienta y mi perseguido se levantaron. Era el momento de ver si el otro seguía a alguien. Pero él decidió comprobar si yo hacía algo parecido porque mientras ellos salían se quedó clavado en la barra, nervioso, mirándome de reojo, a la espera de lo que yo hiciera. Y yo me quedé a la espera de lo que él hiciera y por lo tanto los dos hacíamos lo mismo, esperar, mientras mi perseguido se alejaba y yo iba a perder su rastro. Terminamos por mirarnos a la cara, fijamente, como si estuviéramos celebrando un duelo de paciencia. Las cartas estaban sobre la mesa, él también estaba espiando. ¿Qué hacer? Si perdía a mi investigado tal vez no encontraría su rastro hasta la noche y a mí me habían contratado para hacer espionaje, no contraespionaje. El contraespionaje tiene un plus de un euro la hora. Así que antes de que fuera demasiado tarde salí corriendo tras mi perseguido. Él otro salió tras de mí. Y la camarera tras los dos porque con la tensión del momento se nos había olvidado pagar. Yo no conseguía ver a mi perseguido y encima la camarera estaba cada vez más cerca. Y además le dio por gritar eso de al ladrón. Yo lo grité también para disimular y seguí a un tipo con mallas que corría dirección Plaza España y que por fortuna llevaba cascos y no me oía. La gente nos miraba intentando ver quién había robado a quién. Al doblar una esquina me metí en un callejón. El otro me siguió. Y vimos pasar a la camarera corriendo. Nos la habíamos quitado de encima. Y allí, jadeante, cara a cara, tenía al otro. Me fui a por él y lo agarré de la pechera.
-¿Tú a quién persigues?- le grité.
-Tranquilo, tranquilo, que somos colegas, ¿no? Vamos a llevarnos bien. Yo persigo a Paco Córdoba. ¿Y tú?
-Coño. Yo también.