jueves, mayo 05, 2011

Es domingo

Es domingo y las parejas pasean de la mano o piensan en que ya no pasean de la mano y comparten el periódico o se refugian en silencio tras el parapeto que les brinda, hoy mayor porque con el suplemento tienen para más de una hora de no decirse nada sin que parezca raro.

Es domingo y los niños, que no respetan ni a los domingos, madrugan y gritan y piden leche y se agarran desesperados a sus Nintendo para intentar sobrevivir a las comidas en el restaurante mientras sus padres y sus tíos hablan y tragan y hablan y a veces les dicen que no a esto, que no a aquello, que no a cualquier cosa que a los niños se les ocurra porque llegaremos por la negación, señores, a la excelencia.

Es domingo y el hastío y la alegría se mezclan en los parques, y acuden a la cabeza los deberes incumplidos, el deporte no practicado, los cuadros que no se colgaron y las llamadas que no se hicieron y lo que es peor, las que no se recibieron y acuden para que no olvidemos que el lunes no acabará con todo aquello sino que lo hará más fuerte y regresará otro domingo en el que nos sentiremos aún más culpables.

Es domingo y los solitarios huyen avergonzados de los cines y se consuelan al ver a otros como ellos pero apenas se miran y nunca se dicen nada porque esas cosas no, no las hacen los solitarios y siguen sus inextricables senderos que sólo es posible encontrar si caminas con la cabeza gacha.

Es domingo y en las estaciones de trenes y autobuses se produce un incremento notable de despedidas y encuentros y abrazos y llantos y prisas y la gente desaparece despacio en escaleras mecánicas, tan despacio que da tiempo a sentir una pena inmensa o un inmenso alivio.

Es domingo y a algunos les gusta sentirse tristes y sentirse víctimas aunque a veces sean víctima y culpable.

Es domingo y el tiempo se alarga como un chicle rancio que no se escupe porque lo que sigue se llama lunes y puede ser más amargo.

Es domingo y los parados, que se sentían camuflados entre los que trabajan y podían pasear sin vergüenza por las calles, saben que el lunes hará de nuevo demasiado evidente su desesperanza.

Es domingo y los cuñados se soportan como pueden y la suegra aguanta o la aguantan y los desplantes crecen en la tierra fecunda que es la memoria de los agravios familiares, y perdón por la frase.

Es domingo y el cura, que preparó un buen sermón, mira desconsolado a las cuatro abuelillas que no van a entender nada más allá de nada y de lo que la batería de sus audífonos les permita y el mendigo de la puerta ensaya caras de dar pena para su momento estelar, cuando acabe la misa y todo el jornal se decida en un instante.

Sí, es domingo. El día grande de las tiendas de golosinas, de los chaperos de Sol, de los patos del Retiro y de las palomas sucias de las plazas, de las farmacias de guardia, de las visitas fugaces a las residencias de ancianos, de los voluntarios del teléfono de la esperanza y de la desesperanza, de los pederastas que acechan en los parques, del sofá, manta y polvo perezoso, de los padres que han comprado un test de drogas, de los ecuatorianos que se doblan a cervezas de lata por las calles, de los que ya no se quieren, de los que se quieren demasiado si es que eso es posible, de los que rellenan atestados de tráfico, de las webs de contactos, de carrusel deportivo y todos esos programas donde unos cuantos imbéciles hacen chistes malos, muy malos y cantan y gritan como si las palabras, sus palabras, mis palabras, pudieran esconder el vacío, pudieran ocultar que la vida es domingo.

Pd: la verdad es que es jueves… Me gustan los jueves.