sábado, junio 17, 2006

Unas tardes por la Feria


peluche
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Se puede llegar a la Feria del Libro del Retiro siguiendo el rastro de gente que se aleja cargada de bolsas. O siguiendo los carteles indicativos, que es más fácil y civilizado. Pero se llegue como se llegue harán falta bolsas para llevar todos los papelotes que por la feria te regalan.

O saber decir que no. Yo no sé decir que no y nada más llegar le digo sí a una chica que me ofrece un abanico de cartón con publicidad de una novela. Pero es un día extraño de junio sin calor y el abanico resulta inútil. Necesito una bolsa para meter el abanico o una papelera para tirarlo. Me acerco al stand de un periódico que regala su suplemento cultural y bolsas.

Al pasar junto a la caseta de una editorial especializada en leyes una chica sonriente me ofrece un ejemplar del periódico jurídico “La Ley”. Si ya nos cuesta decir que no a algo regalado, si te lo ofrece una chica sonriente aún es más difícil. Continúo mi camino y veo a otros hombres con su ejemplar de “La Ley” bajo el brazo. Agradezco que las chicas sonrientes no nos regalen carracas.

No es fin de semana y hay pocos escritores conocidos firmando. La gente se acerca a las casetas donde firma algún autor, lo miran, el autor esquiva la mirada y tras comentar que no les suena, se alejan.

Me voy a la caseta de la editorial Tusquets. Dionisia García, poetisa albaceteña, tiene libro nuevo. Pregunto por él. Los vendedores se miran extrañados.
-¿Has dicho Dionisia?
-Sí, García.
Los vendedores se deciden a buscar en el catálogo.
-Pues existe, pero no está aquí. Pásate en dos días.

Me voy contento por la confirmación de que Dionisia existe. Anochece. Las casetas comienzan a cerrar y me alejo sin mi libro pero con una gran bolsa repleta de papeles. En casa tengo otro libro de Dionisia, con versos como estos:

“Declina ya la luz, el faro avisa;
se confunden las aguas con el cielo.”

Regreso un sábado. La feria está llena. En muchas casetas firman autores famosos o famosos que se han hecho autores. La importancia se mide en vallas: autores a los que es necesario ordenarles la cola con vallas y autores que no tienen valla. Ni valla ni apenas lectores.

Firman esa tarde Vargas Llosa y Jodorowsky, ambos con valla. Colas más modestas tienen Eduardo Mendoza, Carmen Posadas, tantos otros. También firma libros un peluche con pinta de oso venido a menos o de ratón deforme, no se sabe bien. Algunos padres colocan a sus hijos ante el peluche para que les firme el libro. No sé qué opinión se formarán esos niños al descubrir que un peluche también es capaz de escribir. Y de publicar, que es lo más difícil en esto de las letras. Me temo que a partir desde ese momento el resto de casetas resultará aburrido para los niños.

Un amigo poeta me presenta a los vendedores de una gran librería. Nos vamos a comer con ellos. Los vendedores hablan del libro más vendido del día. Es de un señor abogado que ha escrito un libro de misterio sobre una iglesia de Barcelona, en la línea del Codigo da Vinci. En sólo dos horas ha firmado más de ciento cincuenta ejemplares. Dicen que la editorial le ha retocado el libro mucho y el señor algo admite. Pero en la caseta sólo él ha firmado ejemplares de la obra. Las casetas son pequeñas y acomodar también a los retocadores parece complicado. Hablan también los libreros de escritores que dejan tambaleando el pequeño frigorífico con alcohol que hay tras la caseta. Y de libros. Son casi todos gente muy leída y les gusta su trabajo.

El mío hoy es seguir el paseo. Regreso a la caseta de Tusquets. Han pasado dos días pero aún no está el libro de Dionisia. Me confirman que lo tienen en su catálogo. Parece ser que día de estos lo tendrán también en la caseta. Volveré.

El lunes firma un amigo poeta su primer libro. Ir a ver a un poeta novel firmando es como ir a ver a un pariente recién operado de apendicitis. Sabes que aquello puede ser doloroso pero no es grave y dura poco. Aún así vas a verlo, por cumplir, por estar allí.

El poeta novel ha firmado veinticinco libros, un éxito. Casi todos a amigos, eso sí, pero por algún sitio se empieza. Y además una poetisa a la que no conocía le ha regalado un libro. Me enseña el libro. La poetisa resulta ser de Albacete, Mercedes Díaz.

Un niño le ha preguntado al amigo poeta si era famoso. Él le ha dicho que no, pero el niño insistía, si había escrito un libro tenía que ser famoso. Ese niño no sabía lo que es escribir poesía en España. Sus padres, detrás, reían. Sabían.

Vamos a tomar unas cañas para celebrar las firmas. Viene con nosotros una chica que trabaja de vendedora en una librería de poesía. Como algunos de los vendedores también escribe y publica
La poetisa aún se está riendo. Un señor quería comprar en su caseta las obras completas de José Ángel Valente, cuarenta y cinco euros. A su esposa no le parecía bien pero el hombre estaba decidido. Al final la señora inquirió a la vendedora:
-Espero que por lo menos sea una buena traducción.
El señor no dijo nada y al final se fueron con el libro y su matrimonio a cuestas.

Después llegó un señor que aseguraba conocer a Holderling pero no de las enciclopedias, sino de cruzarse con él por la calle. Y estos días se acercan abuelillos que en lugar de llevarles el nombre del autor les recitan versos por si ellos conocen quien los pergeñó. Se le pide mucho al gremio de los libreros.

Por fin consigo el libro de Dionisia García, “El engaño de los días”. Es momento de dejar la feria, el parque, y regresar a la ciudad. Me alejo con una bolsa cargada de papelotes y el libro. Escribe Dionisia en él: “Lejana la ciudad, oculta los rumores,/ese gran desconsuelo de unos seres anónimos,/que violentan sus vidas y marchitan la rosa/ de sus cuerpos recientes, luchadores en vano/ ante el oscuro mal de soledad y vacío”. También escribe Dionisia: “Nos duele que la luz nos abandone… / Sin embargo, compensa la aventura / de entregar a los otros el testigo”.

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