Me encontré con Cabra el otro día cerca del Rastro.
-Cabra, creía que eras un tópico español- le dije.
Cabra me miró altiva, desde esa superioridad moral que siempre da estar subido en una escalera. Y no contestó, clara muestra de su orgullo insano.
Pese al despecho- o tal vez por él- me quedé cerca de Cabra para observarla. Ella me miraba a su vez de reojo, cosa muy típica en estos mamíferos artiodáctilos.
Estaba claro que ese animal se rumiaba algo. Pronto lo descubrí: la muy ladina, con paciencia y Ponche Caballero, supongo, había conseguido amaestrar a un humano. El humano daba vueltas alrededor de Cabra con una bandejita y cuando veía a alguien detenerse frente a Ella para admirarla se acercaba diligente, mostrando su bandejita. Creo que el humano no está totalmente amaestrado porque Cabra lo había atado a su cuerpo con una cadena. Pero Cabra le había puesto musiquita de organillo y el humano parecía contento.
Y los otros humanos, que aún no habían sido capturados por ninguna cabra, le echaban moneditas a su congénere, tal vez por piedad, tal vez por pena.
Cuando Ella se cansó bajó de la escalera. El humano, servicial, cargó con el radiocasete, la escalera y la bandejita y enganchado a su cadena siguió sumiso a Cabra, que altanera defecó un poco. El humano apartó de la vía pública las heces y continuaron su camino.
De regreso a mi árbol me crucé con otros mamíferos, unos Canis Familiaris, que se dedicaban a pasear a unos cuantos humanos. De vez en cuando los canis se detenían y cagaban en la vía pública. Los humanos, diligentes, limpiaban.
¿De qué sirve llegar a la luna o inventar el “Whisper XL” si terminas limpiando mierdas de cabras y perros?
Inquieto escribo en mi nido. Algo está pasando.
-Cabra, creía que eras un tópico español- le dije.
Cabra me miró altiva, desde esa superioridad moral que siempre da estar subido en una escalera. Y no contestó, clara muestra de su orgullo insano.
Pese al despecho- o tal vez por él- me quedé cerca de Cabra para observarla. Ella me miraba a su vez de reojo, cosa muy típica en estos mamíferos artiodáctilos.
Estaba claro que ese animal se rumiaba algo. Pronto lo descubrí: la muy ladina, con paciencia y Ponche Caballero, supongo, había conseguido amaestrar a un humano. El humano daba vueltas alrededor de Cabra con una bandejita y cuando veía a alguien detenerse frente a Ella para admirarla se acercaba diligente, mostrando su bandejita. Creo que el humano no está totalmente amaestrado porque Cabra lo había atado a su cuerpo con una cadena. Pero Cabra le había puesto musiquita de organillo y el humano parecía contento.
Y los otros humanos, que aún no habían sido capturados por ninguna cabra, le echaban moneditas a su congénere, tal vez por piedad, tal vez por pena.
Cuando Ella se cansó bajó de la escalera. El humano, servicial, cargó con el radiocasete, la escalera y la bandejita y enganchado a su cadena siguió sumiso a Cabra, que altanera defecó un poco. El humano apartó de la vía pública las heces y continuaron su camino.
De regreso a mi árbol me crucé con otros mamíferos, unos Canis Familiaris, que se dedicaban a pasear a unos cuantos humanos. De vez en cuando los canis se detenían y cagaban en la vía pública. Los humanos, diligentes, limpiaban.
¿De qué sirve llegar a la luna o inventar el “Whisper XL” si terminas limpiando mierdas de cabras y perros?
Inquieto escribo en mi nido. Algo está pasando.
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