Llego tarde a la charla de la Premio Planeta pero aún así consigo que me dejen subir
al palco, lo que más que un castigo me parece un premio. La Premio parece
campechana y llanota. La verdad es que después de oír al catedrático y poeta hay
un contraste. Grande.
Nos dice que la literatura seguirá contando en el futuro lo que somos porque no está sometida a los soportes técnicos. Alguien debería hablarle urgentemente a esta mujer del e-book, de las novelas que ni llegan a saber qué es el papel.
Después habla de que no es lo mismo contar la historia de
dos que están hablando sentados en un banco, que de dos sentados en un banco
bajo el cual el público sabe que hay una bomba. Tampoco es lo mismo asistir a
esta conferencia con la Enemiga presente que sin ella. Está muy presente, en la
primera fila y rezo porque no pregunte por los situacionistas. O sí, que
pregunte.
La Premio sigue, y se lía. Dice que lo de la bomba bajo el
banco es un Macguffin, que no lo es. Y en ese momento veo cómo la Enemiga se
levanta con escasa discreción y con mucha pachorra, para que se note que se va, y se va. Y se nota. Lo del Macguffin
no ha parecido gustarle.
Aún así la Premio sigue inasequible al desaliento (pobre
“desaliento”, siempre al lado de “inasequible”) y nos dice que La Metamorfosis de Kafka va de un oficinista que
no tiene ganas de ir a trabajar y por eso se transforma en insecto (sic). Sí,
el contraste con el poeta es muy grande.
Pero la Premio Planeta lleva 48 ediciones de una de sus
novelas, nos dice, y un millón o dos millones (yo a partir de diez mil
ejemplares me pierdo) de ejemplares vendidos en Italia. Así que un respeto a
las cifras. El poeta y académico vendió 35 ejemplares de su primer libro. Ahora igual hace
tiradas de 1.500, nos cuenta. Y contento.
La premio Planeta termina su charla, comienzan las
preguntas. Observo al público, compuesto en su mayoría por mujeres, y dentro de
ese segmento, señoras de Santander. Son mujeres quienes mueven el mercado
editorial de este país, nos dirá el poeta, y nos explicará que esto ya comenzó
en Japón, hace mil años. Los hombres se dedicaban a la guerra y ellas al arte.
Y ahora sigue siendo algo así, pero la guerra, según él, tiene lugar en los famosos
mercados. Y en los campos de fútbol, diría yo, y en las tertulias de la tele.
Salgo del paraninfo. Pongo la oreja para oír lo que dicen
las señoras. Que sí, que más o menos les gustó el premio Planeta de la Premio
Planeta. Una dice que lo ha intentado tres veces con el de Pombo y no hay
manera.
–Chica, cógete otro – le aconsejan. – ¿Será por libros?
Y sí, por libros no es.