Viajamos a Malasia. Ya están los billetes, las primeras noches de hotel. No sé nada de Malasia. Descubrí que era la tierra del Sandokan, el tigre de Malasia, al que veíamos de niños en la Segunda cadena. O igual no lo veíamos y lo imaginábamos, porque la Segunda tardó mucho en llegar al pueblo, y llegó ya vieja, llamándose UHF. Después a la UHF le pusieron la Segunda, después la Dos, después es donde vive Jordi Hurtado.
Yo sólo podía ver la Segunda en los veranos de Valencia. Y
cuando regresábamos a septiembre y al pueblo seguía imaginándome series enteras
que había dejado a medio en la playa. Por ejemplo, me imaginé casi toda Pipi
Calzaslargas y gran parte de la Pantera Rosa. Había un mundo mejor en el que
estaban ellas y mis primos de Valencia no eran conscientes de lo que tenían.
En la casa del pueblo teníamos una tele Philips en color con
la que no poder ver la Dos. Nos la había traído un emigrante del pueblo que
trabajaba en Holanda y según mi padre era una de las pocas teles en color del
pueblo. Había otra en el bar Central y otra en el bar de las escaleras. Y la
nuestra. Las tres llegadas de Holanda, país mítico donde nacían las teles y las
bombillas y los holandeses, aunque igual ellos también venían de París, que era
de donde veníamos por entonces todos los de Albacete. Y por eso estudiábamos en
el colegio francés en lugar de inglés, la voiture de notre papa ne marche pas.
Supongo que le repetiría a mis amigos con tele en blanco y
negro que la mía era en color, y que sólo había dos más en el pueblo. También
supongo que nos duró poco esa
supremacía y que puede que me doliera.
La tele, aunque eran los finales de los setenta, tenía ya mando a distancia,
gordo como un ladrillo, y eso último no es una hipérbole. Pero mi padre no
podía cambiar porque sólo se veía un canal. Después llegó la Segunda y compró
pilas y pudo cambiar y era increíble el frenético zapping que llegaba a desarrollar
con sólo dos canales. La palabra zapping no existía, como no existían muchas
palabras, como no existían tantas cosas. Me gusta una canción de Antonia Font
que habla de palabras. Perdón por la digresión.
Luego, un día, se rompió el mando y mi padre lo vendó con
esparadrapo pero no curaba y nadie lo lamentó, salvo él. Le preguntó al hombre
de Holanda si podía traer un mando nuevo pero nunca lo trajo y nosotros
respiramos aliviados durante unos años, que es como respira la gente en las
frases hechas.
Y ahora vamos a Malasia, la tierra del tigre de Sandokan. De
niños cantábamos: “Sandokán, Sandokán, tiene el culo como un volcán”. De niño
te hacen gracia estas rimas, poeta, súbete la bragueta. Ahora recuerdo a
Sandokán, tan aguerrido y fiero, tan malasio él, con su rimel, y de pronto me vuelve a hacer gracia la
posibilidad de que tuviera el culo como un volcán, porque eso podría explicar
muchas cosas o ninguna.
En el aeropuerto de Barajas, T4, esperando el tren interno que nos llevará a la zona R.
Por megafonía alguien que no confía mucho o nada en la inteligencia de los que
esperan avisa:
-Por favor, no entren todos en el mismo vagón. Distribúyanse
en los tres. Y nos distribuimos.
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