martes, enero 08, 2008

Encuentros con un notario II

un notario contándole un chiste sobre solares a su señora

Uno de los principales funciones de un notario es dar fe de que la realidad es la realidad y de que uno es uno. Yo creo que eso lo haría mejor mi madre que un señor con barba, traje de marca y dientes torcidos que no me ha visto en la vida, pero la ley es la ley. Pese a ello creo que la figura del notario es necesaria en este mundo de soñadores. Lo malo es que la figura del notario es la que es y no la de una morenaza curvilínea, pero la ley es la ley, dicen. El notario cimienta el mundo y nos constata que lo evidente es evidente y que tú eres tú, y a mí, que no sé quién soy muchos días, me viene bien tener a un notario cerca para decirme que sí, que eres tú, pese a todo, no te preocupes. Es agradable pero un poco caro. Si no tendría mi propio notario.


Porque al conocer a mi primer notario he descubierto que lo yo quería de niño no era el barco pirata de los clips. Yo quería un notario para luchar contra todos esos que negaban la evidencia. Para defenderme de los tramposos que decían que me habían visto cuando jugábamos al escondite y no era cierto. Con un notario podría rebatir a mi anciano vecino Bartolomé, que en el corrillo de ancianos que se formaba cerca de mi casa, negaba el movimiento de la Tierra. Este era el argumento de Bartolomé: él tenía una viña en la finca de las Pedreras y su viña, desde que el tenía uso de razón, había estado en el mismo sitio, vamos, en las Pedreras. Ergo, la Tierra no se movía. O Bartolomé no tenía uso de razón. Ah, si yo hubiera tenido mi notario. (el “ah” es nostálgico”). Se lo hubiera soltado a Bartolomé para que no siguiera diciendo todas esas chorradas. pero no lo tenía así que me conformaba con molestarlo tocándole el timbre de su casa. Lo malo es que aparte de formación científica Bartolomé carecía de timbre y yo a la aldaba no llegaba.

Pero ahora sí, ahora estaba con un notario para mí solo. Y el Notario me explicó de nuevo algunas cosas que seguí sin entender. Me enternecía ese señor, tan interesado en que yo comprendiera los vericuetos de aquellos papeles. Para compensarle por el esfuerzo me dieron ganas de explicarle las funciones del runing gag o la innovación que había supuesto Seinfield en el mundo del guión. Pero no lo hice y eché tres firmas y el Notario volvió a decepcionarme. Yo esperaba que sacara una lupa y las escrutara para asegurarse que yo no era un impostor que decía llamarse Félix y firmaba como tal. Pero ni siquiera las miró.

Después cometí un primer error. Le dije eso tan de mi tierra de “qué se debe”. Me miró como herido, como si hablar de dinero en una notaria estuviera mal. Les suele pasar a la gente que tiene mucho dinero, les parece de mal gusto hablar de él. Aunque hay otros que tienen mucho dinero y no hablan de otra cosa. Prefiero a los primeros, la verdad. El Notario me dijo que “eso” fuera, en secretaría. Y me extendió su mano y hasta sonrió con esa sonrisa tan poco notarial.

Entonces, lanzado en un mundo de desaciertos, cometí mi segundo error. Saqué una moneda de dos euros y se la di, diciéndole.
-Tome, esto para usted.
¿Por qué lo hice? No lo sé. El Notario tampoco, pero me miraba desconcertado. Creo que era la primera vez en su vida que intentaban darle propina.

continuará


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